Agrandes rasgos, puede hablarse
de la cocina española fundamental agrupada en tres grandes bloques, de Norte a
Sur: la cocina de los cocidos, la de los asados y la de las fritangas. La cocina
de los cocidos corresponde, ideológicamente, a algo menos del territorio que don
Claudio Sánchez Albornoz denominaba de «cristianos viejos»: gentes duras y
leales, que se mantenían en la fe de sus mayores, comían cerdo salvo en la época
en que la Santa Madre Iglesia vedaba la carne (y si no había otra cosa que
llevarse a la boca, también en esa época), bebían vino como los legionarios
romanos y los monjes, hablaban latín y no tenían ninguna duda ni tolerancia
hacia su enemigo, el moro infiel y circunciso. Aunque la España de los
cristianos viejos llega hasta la gran frontera del Duero, a la que llegó muy
tempranamente nuestro rey Alfonso I (un monarca en verdad expeditivo), no toda
esta parte de España es de cocidos, sino que en la Meseta, más allá de los
«montes firmísimos» a los que se refería el obispo Pelayo, predominan los
asados; y los asados están bien, pero a la larga cansan y dan lugar a una
gastronomía bastante seca, en tanto que la de los cocidos es, además de
sustanciosa, jugosa y húmeda, como corresponde a la tierra en que se da.
Y por eso se la llama «cocina
de cuchara»: porque pide la cuchara y no el tenedor. Yo no entiendo la fabada
tan seca, como le gusta a algunos, que acaba formando un enlosamiento en el
paladar: para mí, la fabada tiene que ir caldosa (plato de cuchara, a fin de
cuentas) y si no, no hay quien la coma. Esta cocina de cuchara es la de los
cántabros, astures y gallegos; nada digo de la cocina vasca porque esa etiqueta,
«cocina vasca», remite a formas más sofisticadas y, si quien me lea no lo
interpreta como maldad, añadiré afrancesadas. Asturias, Galicia, la montaña
santanderina y norte de León son tierras de grandes, de fastuosos cocidos: el
cocido montañés, muy parecido al pote asturiano; el lebaniego, el maragato, el
pote y el cocido de garbanzos asturianos, el caldo y el pote gallego. Platos de
envergadura, poderosos, propios de una tierra fría, en la que se realizan
trabajos rudos. José Pla, que visitó Oviedo y comió la fabada en Casa Modesta,
no entendió la cocina asturiana: consideró que la fabada era una
insignificancia, porque esperaba que estuviera hecha con fabones o habas de
mayo, y afirmó algo en verdad sorprendente: que en la cocina norteña no hay
sopas. Yo entiendo que a Pla le cause estupor la cocina del norte de España
porque no es cocina mediterránea, sino genuinamente atlántica y se parece más a
la centroeuropea, con sus magníficos potajes, que a la catalana. Y en lo que a
las sopas se refiere, en las tierras frías de los cristianos viejos
transmontanos se cocinan las dos mejores sopas de España: la sopa, dorada y
rojiza como el sol en el crepúsculo, del cocido de garbanzos (sea asturiano,
lebaniego o maragato) y la poderosa «sopa de hígado», cuyo ámbito geográfico se
limita a la Asturias oriental.
El templo del cocido maragato
está en Castrillo de los Polvazares, y su máxima sacerdotisa es Maruja. Pero
Abel Terente, propietario de El Asador de Abel, en la Revuelta del Coche, en
Argüelles (Siero), aclimató el cocido maragato al centro mismo de Asturias. En
realidad, no se trata de una aclimatación laboriosa, porque el paladar asturiano
está muy hecho al cocido de garbanzos, y entre el cocido que se hace en Asturias
y el maragato, aparte algunas cuestiones de detalle, la mayor diferencia
consiste en el orden con que se sirve el cocido en la Maragatería: primero va el
compango, luego van los garbanzos, y cierra la sopa la procesión suculenta.
Esto, en principio, puede resultar chocante, pero se razona. Si se empieza por
la sopa, hay quien es capaz de comerse cuatro o cinco platos, no dejando espacio
en el estómago para los garbanzos. De manera que, entre maragatos, el compango
es el aperitivo, los garbanzos el plato principal, y la sopa, el postre. A los
garbanzos se les añade una pelota de harina de maíz con huevo, que en Asturias
se llama pantruque y en Liébana, postre.
Abel Terente, nacido en El Cabo
(Langreo) hace 52 años y criado en Teverga, es un gran profesional formado en La
Gruta, donde entró en 1962 y, después de pasar por todo el escalafón, fue
gerente hasta 1998. En 1999 se instala en la Revuelta del Coche, inaugurando El
Asador de Abel, un amplio establecimiento que trabaja las bodas, las comidas de
empresa, los banquetes de homenaje y la cocina a la carta. Sin duda, en este
momento, es de los mejores restaurantes de Asturias, con su carta según la
estación y sus especialidades en verduras, bacalaos y carnes a la brasa. La
bodega es selecta y variada, con buenas representaciones de Rioja y Ribera del
Duero, y excelentes cigarros puros. Y en la carta diaria, el plato de cuchara
indispensable. Si es fabada, con «fabes» de Argüelles: las mejores del mundo
Fuente de información: lne