La objeción de conciencia que
ejercen parte de los médicos de la sanidad pública asturiana ha obligado a la
administración a concertar operaciones de aborto con una clínica privada. Si a
los facultativos les ampara la justicia a la hora de rechazar esas
intervenciones, también actúan bajo derecho las mujeres que se ven obligadas a
interrumpir su embarazo en los supuestos que recoge la ley.
En la colisión de ambos
derechos hay un hecho igualmente claro: los médicos de la sanidad pública cobran
del dinero de todos y por lo tanto se deben fundamentalmente a lo que el Estado
legisle y al código deontológico. Su elección personal, sus motivaciones
privadas, no interesan a los contribuyentes: en un país democrático siempre
tienen la opción de trabajar en la sanidad privada, mientras que hay ciudadanos
que no se pueden pagar una intervención de su bolsillo. Porque el resultado de
su objeción no es que haya menos abortos --por otra parte, mucho más dolorosos
para las mujeres que se ven obligadas a adoptar la decisión-- sino más gasto
innecesario del presupuesto público y, lo que es más importante, más estrés y
sufrimiento para quienes se veían obligadas hasta ahora a viajar fuera de la
comunidad.
Escrito por Editoriales
Fuente de información:
LaVozdeAsturias