Historias de Sobrefoz ( Ponga ) - Asturias
Fecha Martes, 13 diciembre a las 11:05:00
Tema Asturias


El montañoso concejo de Ponga, uno de los más bellos de la fragosa Asturias, abunda en localidades hoy día en acelerado proceso de despoblamiento, pero cuyos habitantes aún se acuerdan de antiguas e interesantes historias. En el singular pueblo de Sobrefoz tuve en 1992 la oportunidad de conocer a Casto Martínez González, anciano nacido en 1900, culto, noble, servicial y de excepcional memoria; poco antes de que falleciera le entrevisté en varias ocasiones, y producto de estas indagaciones son las historias que aquí siguen, las cuales mayormente me fueron contadas por él.

Da idea del antiguo aislamiento local el que Casto me comentó que en Sobrefoz (cuyo nombre los ponguetos también pronunciaban Sobrefó y Sobreh.oz) vivían viejas que nunca habían ido a San Xuan de Beleño, el pueblo vecino por el Noreste -a sus moradores los conocían de verlos en el puerto-; en Abiegos, más cercano y el siguiente por el Noroeste, sí habían estado.

VENTANIELLA

Ventaniella es una casería de Sobrefoz; según la leyenda, su nombre se debe a la siguiente historia:

Los árabes tenían cuartel general en León y Gijón, por lo que circulaban mucho de una localidad a otra; entonces, este puerto de Ventaniella se llamaba Puerto Bajo, porque es el menos elevado de los situados entre El Pontón y Galicia.

Pelayo se encontraba en Arcenoriu y con él la hermana, que venía de este puerto a Ventaniella en alguna misión, pero entre esta vega y El Xerru en un lugar que se llama El Cantarillón la yegua que montaba dio un resbalón y al caer lo hizo sobre una pierna de la amazona, a la que se la rompió; arrastrándose como pudo, nuestra heroína llegó a la cercana Ventaniella, donde el casero la acogió; entonces arribaron y pidieron posada unos árabes que iban camino de León a Gijón (el territorio estaba en poder de los moros, pero éstos no se habían asentado en él); se la concedieron y en la conversación el casero se dio cuenta de que uno de los árabes hablaba mucho de medicina, pensó que sería médico (parece, además, que en esa época los árabes en medicina estaban mucho más adelantados que los españoles) y le propuso curar a una parienta suya que tenía la pierna rota.

Fueron a la habitación donde estaba la hermana de Pelayo, pero al charlar con ella el médico no se creyó que fuera familiar del ventero, pues vio que era una mujer con una cultura superior a la de éste: cuando llegó a Gijón informó a Munuza -uno de los jefes árabes- de que al pasar por el Puerto Bajo se había encontrado a una señora culta con la pierna rota; por consiguiente, Munuza encargó a tres personas de su confianza que fueran allí con el objetivo de traerse a la herida, quien seguramente era la hermana de Pelayo.

Los tres moros llegaron a Ventaniella y pidieron posada (que allí debe darse forzosamente, aunque no se tenga dinero). Ya concedida, se estaban calentando, que el fuego se atizaba en el medio de un local grande con la gente sentada en la orilla; el casero estaba sentado al pie del fuego sobre una pila de leña ya preparada en astillas para desde allí ir alimentándolo.

Entonces, los moros informaron al casero de que tenían orden de Munuza de llevarse a la mujer a Gijón. El casero alegó que era parienta suya, con lo que comenzó una discusión; en esto, uno de los moros agarró dos astillas, empezó a hacer fuego con ellas en un rincón situado junto a la puerta de la cocina -que, al igual que un tabique, era de madera- y amenazó al casero:

-¡O nos das la doncella o quemamos la casa, así que escoge: o la venta o ella!

Pero el casero, que era un hombre de agallas, agarró la astilla más larga y a los otros dos moros que estaban sentados al pie de él les propinó un golpe a cada uno en la cabeza y otro al otro, con lo que abatió a los tres, pero no los mató. Al asestar el primer astillazo a uno en la cabeza, proclamó: «¡Pues ni la venta ni ella!», y desde entonces el lugar se denomina Ventaniella, pero ellos, de todas maneras y a pesar de los golpes, pues reaccionaron, lo llegaron a dominar y se la llevaron, porque se quedó Munuza con ella y fue amante de éste, al que antes no conocía. Según otra versión, el ventero oyó que venía gente, creyó que eran individuos de Sobrefoz que lo podían defender, se armó de valor y entonces fue cuando agarró la estaca de leña y proclamó: «¡Ni la venta ni ella!», en esto llegaron los otros y aquí terminó la historia.

Para dar el asalto en Covadonga, Pelayo reunió sus fuerzas en Arcenoriu y entonces una parte de éstas bajó por el «ríu» Ponga y otra por el Sella con el fin de juntarse en Santillán para desde allí remontar la montaña y por los puertos de Covadonga llegar a Covadonga para dar la batalla a los moros. Después estableció su corte en Abamia y más tarde en Cangues y, que se sepa, a Ponga no volvió, pero de aquí salió.

Quien estaba de casero debía dar un puesto en la lumbre, incluso al que fuera más enemigo suyo, le tenía que entregar agua, sal, vinagre y fuego; también decían que la campana de la capilla de Ventaniella era milagrosa, el casero la tocaba todas las tardes para que la gente se orientara.

En Cazu (otro pueblo de Ponga) me contaron que Pelayo venía de Castilla, es decir, de León, con la hermana (llamada Hormesinda o Hermolinda) y con otra mujer (Gaudeosa, que era la novia), pasó por Sellañu y, entonces, al vadear el río de allá para acá a una la llevó en «llombu» -a la espalda-, pero al volver a por la otra, como él estaba en medio del río, vino uno por una orilla y llevó una y, además, llegó otro por la otra y llevó la otra; los raptadores eran el conde Gudila, que estaba casado con Gaudeosa, y el otro parece que Munuza, quien se llevó a la hermana.

EL PEÑÓN DEL CABRERU

Unos 200 metros más arriba de La Mayada del Xerru, ya casi en el límite con León y donde nace la principal de las fuentes del «ríu» Ponga, se encuentra un peñón con la misma forma de un huevo, espetado en una campera, pero con dos o tres veces la altura de un hombre, y, además, ligeramente caído sobre un lado que forma un poco de cueva.

Antes solía circular por Sobrefoz gente de Los Argüellos (León) que iba allá por el mes de noviembre a Llanes y a todos lados comprando cabras; dormían por lo general en Ventaniella con igual 200 o 300 cabras, después las mataban ahí por Los Argüellos y más tarde iban hasta Madrid a vender su carne salada en cecina que llevaban en carros, vivían de aquello.

En cierta ocasión, a últimos de noviembre llegó uno de ellos con un rebaño de cabras a Ventaniella y por la noche empezó a caer una gran nevada, pero pese a ello quiso pasar el puerto: en vez de ir por La Salguerosa para llegar al puerto de Tarna pensó en encaminarse hasta La Uña, pues este paso es más bajo; e intentó esta ruta a pesar de todo, pero cuando llegó junto a ese peñón, que ahora lleva el nombre de Peñón del Cabreru, ya no pudo seguir más, especialmente las cabras, que se agruparon en la mencionada cavidad, y él entre ellas; las cabras ya empezaron a morir (parece que de frío) pero cuando llevaba allí 3, 4, 5 días o un mes, como había mejorado el día un poco, el casero salió de Ventaniella con «varayones», que eran unas tablas colocadas por debajo del calzado, muy útiles para andar por la nieve, pues evitan hundirse en ella.

Cuando llegó al Peñón del Cabreru, situado mismamente a la orilla del camino, se encontró allí con la mayor parte de las cabras muertas ya de hambre: «Se pacían las unas a las otras para comer el pelu», mientras que el cabrero, que ya estaba casi moribundo, se había ido alimentando gracias a algunas cabras que tenían leche todavía y a las que mecía -ordeñaba- en la boca; entonces el casero lo agarró por un pie y tirando por él sobre la nieve (que se había ablandado un poco) lo arrastró hasta Ventaniella; las cabras murieron allí todas.

Casto Martínez, cuyo ascendiente (tatarabuelo de su abuelo por lo menos, según me dijo) fue quien salvó al cabrero, me relató esta historia y, además, sobre ella discurrió las siguientes redondillas:

«En Puertu de Ventaniella

hai un peñón milagreru

que de fríu salvó a un cabreru

que cudiaba so reciella

como si fose forniella:

les cabres daben calor

y fartábase el pastor

con llechi de la mariella;

les cabres pacíense el pelu

que la fame ya gruñía;

la ñeve caía, caía,

pal pastor no había consuelu;

en esto llegó mio güelu

pa salvalu de la muerte;

de les cabres ñegra suerte

quedó escrita en aquel suelu

pero el Peñón del Cabreru

desde entonces tien so fama

que la publica una rama

siempre puesta en su quimeru».

Fuente de información: lne







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