En cierto modo me quedé muy a
gusto el miércoles cuando escuché en una emisora de radio que la candidatura de
Madrid había sido eliminada en la tercera votación para seleccionar la ciudad
que organizará los Juegos Olímpicos de 2012. Un alivio profundo relacionado con
los millones de euros que acababan de ahorrarnos a los españoles el poco más de
centenar de electores de ese mundo cerrado -y probablemente corrupto, como ya se
ha demostrado más de una vez- que es el Comité Olímpico Internacional.
A pesar de la defensa cerrada
que Gobiernos, medios de comunicación y personajes relevantes han hecho de la
candidatura de Madrid, personalmente siempre la vi con desconfianza y con cierto
temor por el enorme esfuerzo de inversión pública, como ocurrió en 1992 en
Barcelona, que acarrea una organización de ese tipo. Cada vez me siento más
alejado de esos acontecimientos sobrevalorados por las televisiones que acaparan
unos días toda la atención y luego se disipan con la misma rapidez con la que
llegan. Las medallas solo sirven para las comparaciones entre países -sesgadas
por la utilización de todo tipo de sistemas que mejoran de manera
antirreglamentaria los rendimientos de muchos deportistas-, para el orgullo
patrio que tanto se rechaza y tanto molesta en los nacionalistas de distinto
signo y que, sin embargo, se magnifica cuando se trata de una manifestación de
este tipo. Por cierto que, además, cada vez es el mayor el número de deportistas
que participan en las selecciones españolas que son originarios de otros países,
hecho que se ha extendido a todas las grandes potencias occidentales, incapaces
de competir en algunas disciplinas en las que los africanos, por ejemplo, son
infinitamente más capaces.
Los Juegos Olímpicos son un
gran negocio pero no para el país organizador. Todo eso que se argumenta de que
da proyección internacional es posible pero no sirve de gran cosa. Las
candidaturas barajan cifras enormes del rendimiento que producen unos Juegos
pero casi nunca echan la cuenta de verdad: lo que nos cuesta a cada ciudadano en
los países en los que los presupuestos generales del Estado soportan el peso del
pago de las infraestructuras necesaria para un acontecimiento como éste. Y en
Madrid había unas previsiones absolutamente desorbitadas en una megaciudad que
ya dispone de unos equipamientos y de unas inversiones públicas altísimas, digan
lo que digan Alberto Ruiz Gallardón, Esperanza Aguirre y José Luis Rodríguez
Zapatero. No merecerá más la pena destinar tan cuantiosas inversiones a zonas
atrasadas del resto de España? En un país en el que las grandes obras avanzan
con tanta lentitud y en el que quedan por hacer tantísimos esfuerzos para frenar
las enormes diferencias entre las áreas urbanas desarrolladas y las zonas
rurales no tiene sentido un gasto tan formidable sólo para que unos miles de
deportistas participen durante unas semanas en unos Juegos.
Otro argumento que se utiliza
machaconamente es que esas obras, la Villa Olímpica, las mejoras en el
transporte, etc., quedan para siempre y son de uso ciudadano. Faltaría más. Pero
si son tan necesarias, hay que promoverlas con o sin Juegos Olímpicos. En
cualquier caso van a ser detraídas del cajón común de todos los españoles y, por
tanto, hay que pensar que puede haber otras prioridades antes que Madrid
disponga de un estadio olímpico más o menos bonito, donde ya hay dos enormes
campos de fútbol, un remodelado Palacio de Deportes y otras muchas instalaciones
que son más que suficientes para las competiciones al uso. No pase como en
Sevilla, ciudad en la que cada equipo ha reconstruido a fondo su estadio de
fútbol y además el Gobierno ha levantado un gran estadio olímpico que está
muerto de risa y sin uso continuado. Cabe mayor despilfarro en un país en el que
no sobran precisamente los euros para infraestructuras?
Pero hemos tenido que soportar
durante meses y de modo especial los últimas días un agobio informativo sin el
más mínimo contrapeso crítico a favor de una candidatura que parecía condenada
al fracaso por la entidad de algunas rivales, en especial París, aunque en el
último momento el poder conjunto del eje Estados Unidos-Reino Unido (con la
aportación inestimable de las antiguas colonias británicas) haya inclinado el
voto final hacia Londres, le haya dado un disgusto a Jacques Chirac, que no
tendrá que ir a la ceremonia inaugural de un país en el que, en efecto, se come
fatal, porque ya no será presidente. El que si estará será Tony Blair, entonces
ya ex primer ministro, que desde ayer tendrá que enfrentarse también al reto del
terrorismo salvaje, sea por los Juegos, sea por la celebración de la cumbre de
los países ricos, sea por las dos cosas.
Los atentados de Londres nos
vuelven a situar en el peor de los escenarios después de tantos meses de
aparente calma en la actividad de los grupos que controla directa o
indirectamente Osama Bin Laden. Por desgracia el conflicto entre Occidente y los
grupos radicales árabes no sólo no está resuelto sino que amenaza con empeorar,
de modo que el peligro se cierne sobre las democracias occidentales. Después de
Nueva York y Madrid, ahora Londres. Los Juegos son una broma comparado con esto.
Escrito por Mario Bango
Fuente de información:
LaVozdeAsturias