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El enemigo noble... historias del mar de Jack-Sparrow

 
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Autor Mensaje
al_campoamor
Miembro Junior
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Registrado: Mar 14, 2006
Mensajes: 139
Ubicación: Valladolid

MensajePublicado: Vie Jul 10, 2009 7:36 pm    Asunto: El enemigo noble... historias del mar de Jack-Sparrow Responder citando

Entro en la taberna y me dirijo hacía la mesa que tanto me gusta ocupar. Siempre está vacía cuando llego, tengo esa suerte. En mis manos llevo una carta que aún no he terminado, así, con una cerveza me dispongo a concluirla. No tengo tiempo, ya que cuando viene la camarera con ella, un soldado, con los galones de teniente, se acerca hasta mí e indicando una mesa donde hay unas pocas personas, me dice:
_. ¿Le gustaría compartir una mesa en la que estoy dando una fiesta?
_. ¿Por qué? - le respondo.
_. Porque es una fiesta en la que he invitado algunos amigos y un enemigo. Mis amigos están a punto de marcharse, ya que han venido menos de los que esperaba y mi enemigo, se quedará algo más. Por eso quiero que me acompañe, como amigo, ya que desconozco quien pueda prestar mejor este servicio.
Acepto, siempre me ha gustado la nobleza y los ojos del hombre la rebelan, curiosamente los del enemigo también tienen esa expresión.

Se van sus amigos al poco rato y quedamos los tres, como invitados a una fiesta de honor. La charla es amena, las sonrisas francas y los galanteos a las damas predisponen a una noche especialmente agradable. Hemos conversado, bromeado y jugado y en ningún instante se ha visto reflejada hostilidad en ninguno de los semblantes. Son enemigos y lo creo porque ellos lo han manifestado así, pero no es esa la impresión que de ello dan.
En un momento en que estoy perdido porque unos ojos negros de mujer están pendientes de mí, el invitado se levanta de la mesa porque es su hora de marcharse. Mi recién ganado amigo lo hace a su vez. Se saludan y se apartan hasta un pequeño escenario que tiene la taberna, donde pueden moverse con más libertad. Desenvainan las espadas, se vuelven a saludar y al instante se enzarzan en un espectacular duelo.
Estoy sorprendido. Quiero hacer algo, pero la mirada de ambos me dice que debo dejarlos, evitando que cualquier otra persona pueda interrumpirles. Los contendientes están ajenos a cuanto no sea el duelo. Las espadas chocan y ese es el único sonido que hay en la taberna, mientras todos observamos cómo transcurre este. Finta, ataque, defensa, movimientos armonizados en los que parece que la espada es una prolongación de la mano de cada uno. Ninguno de los dos es superior o inferior al otro en la contienda. En un momento de esta, el enemigo acerca la punta del sable al hombro de mi amigo y la retira manchada con unas pocas gotas de sangre. En ese instante, para el combate, saluda, envaina la espada y se retira, no sin antes dirigir otro saludo hacia donde yo me encuentro.

Mi amigo se acerca donde yo estoy con un pañuelo sobre la herida y le pregunto por ella. Me dice que no es nada, agradece que no haya intervenido y que hubiese evitado la intervención de cualquier otro; y se dispone a contarme una historia que adivino interesante.

En otro tiempo él luchaba a las órdenes del gobernador de una isla, donde se tenían enfrentamientos con otra vecina, debido a la utilización de la ruta marina y comercial de ambas. Muchas veces no eran más que pequeños escarceos, pero otras se generaban en batallas especialmente sangrientas en las que no había piedad para el enemigo vencido.
En una de estas batallas, mi amigo se encontraba con unos compañeros que habían caído frente a un grupo de soldados enemigos. Los hombres de este grupo fueron acometiendo a mi amigo y este los fue rechazando e hiriendo a cada uno de los que se acercaban. Los dejaba heridos sin intentar hacerles más daño del infringido en el encuentro. El último de ellos era mucho más diestro y bastante más difícil de herir o derribar. Las espadas chocaron y ninguno de los dos parecía poder vencer al otro. La contienda parecía no terminar nunca, pero de pronto se divisaban soldados que a lo lejos se acercaban hasta ellos.
Eran sus compañeros, él los ve y con una finta llega a herirlo en un brazo. En ese instante se para, saluda e indicándole que lo ha vencido, le conmina a que se vaya, ya que los soldados están a punto de llegar y teme que no sean tan considerados como él con sus compañeros heridos.
Mi amigo agradece el gesto, saluda y se retira indicándole que tiene una deuda con él.

Después de un tiempo, un trato aparentemente amistoso entre los gobernadores pone fin a la guerra. Se acuerda la paz y la libre circulación a todos en cada uno de los territorios, pero las rencillas personales entre soldados de ambos bandos en muchas ocasiones generan disputas y peleas en las que las espadas se tiñen de algo más que una primera herida. Para evitar eso y debido al respeto que se tienen como antiguos enemigos, nunca transitan solos por la isla de los antes rivales.
Por eso le extrañó que un día, en el que marchaba de fiesta con unos compañeros, se encontrasen con un soldado de la otra isla en la suya, sin más compañía que la de sus propios enseres.
Sus compañeros, envalentonados por el número y el alcohol quisieron seguir la fiesta a costa de la sangre del hombre solitario. Mi amigo no iba a unirse a ellos, aunque tampoco lo iba a impedir, cuando, fijándose en el otro hombre, lo reconoció como el soldado con el que tiempo atrás había combatido en la playa.
Se puso entre el hombre y sus compañeros y le preguntó el motivo de que estuviera solo. El hombre le contestó que había visitado la isla en busca de un amor y que para eso estorbaban las compañías. Los compañeros quisieron hacerle pagar esa jactancia pero mi amigo no se lo permitió. Él era su sargento y él debía castigar esa insolencia. Los compañeros aceptan a regañadientes pero con el respeto que lo tenían, y los dos hombres se enfrentan en un duro duelo.
Como ya recordaban de la anterior contienda, ninguno de los dos cede al empuje del otro. Las espadas chocan y parece que no han de terminar de hacerlo, porque la bravura y la destreza son similares en ambos contendientes. Parecía que seguirían horas luchando, cuando mi amigo, después de una breve estocada, retira la espada con la punta con unas gotas de sangre.
Le indica que lo ha vencido y que puede marcharse. Sus hombres solo acatan lo que él hace y el enemigo, lo saluda con marcialidad y se retira.

Tiempo después le llega una carta de este, en la que le explica donde puede localizarlo para cualquier agravio o desagravio. La carta envuelve una rosa, que es la flor de su uniforme y esta viene manchada con unas pocas gotas de sangre.

Luego me cuenta que se encontraron más veces. Que todas ellas pelearon en duelo a primera sangre, siendo el vencedor uno u otro en cada contienda. Que la pelea los libraba del mal interior que circunstancias ajenas los llenaba y, que ninguno de los dos había faltado nunca a una cita o petición del otro.
_. Hoy ha ganado él, se lo merecía- dice mientras retira el pañuelo de una herida que ya no sangra.
Yo le indico que hoy era una fiesta y le pregunto, ya que lo desconozco el motivo de la misma, en la que había invitado a muchos amigos que no quisieron compartirla y un enemigo que no le fallaba nunca. Él me responde que la fiesta era en honor de su enemigo, ya que era la misma fecha en la que años atrás, libraron una batalla en la playa.

Hoy una carta ha quedado sin terminar, ya que otra tenía más urgencia por llenarse de letras. La carta donde se habla de la nobleza de un enemigo, muy superior aquella de los que se cuentan como amigos.
Siento que el valor y la dignidad están más cerca de quien abiertamente defiende su ideal y muy lejos de quien proclamándose amigo, no está cuando lo llamas para compartir algo.
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Mari
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Registrado: Apr 24, 2004
Mensajes: 36086
Ubicación: Gijon - Asturias

MensajePublicado: Vie Jul 10, 2009 7:48 pm    Asunto: Responder citando

Me encantó esta historia Alberto,gracias por compartila !!! Abrazo mujer
Me quedo con esto ...

Siento que el valor y la dignidad están más cerca de quien abiertamente defiende su ideal y muy lejos de quien proclamándose amigo, no está cuando lo llamas para compartir algo.
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